Sunday, January 08, 2006

Eran como las 10, la noche estaba espléndida, tapizada de estrellas y con luna llena. La carretera era toda nuestra, viajábamos de sur a norte, en este caso de Mulegé a Santa Rosalía. Mi hermana Elena que veía hacia el lado contrario a la costa, nos llamó la atención para que viéramos una luz en uno de los cerros.
-¿Ya vieron aquella luz en el cerro?-
-Sí dijo Sergio (el mayor de todos nosotros), han de ser los que revisan la red de microondas, por ahí pasa y hay caminos de terracería que suben hasta allá-
Seguimos unos segundos y otra vez Elena nos pide que veamos hacia el cerro.
-La luz bajó muy rápido desde la punta hasta la falda. No creo que haya un camino así-
-Ha de ser un helicóptero entonces, revisan de diferentes maneras.-
Elena insiste con el tema: -Qué curioso, no he despegado los ojos del cerro y no me di cuenta en que momento se fue o se apagó la luz…-
Sergio continuó manejando unos cinco o seis minutos, cuando Elena grita: -¡Ahí está otra vez, en otro cerro! No me digas que hay puentes entre los cerros.-
-Ya te dije que puede ser un helicóptero, deja de enfadar.-
Sergio no terminó bien la frase cuando Elena gritó de nuevo y esta vez asustada: ¡La luz se brincó del cerro a la carretera!
Esta vez, todos volteamos al mismo tiempo. Le dije a Sergio –No se que rayos es eso, pero un helicóptero no creo que se pueda mover a esa velocidad. -¡Se está acercando, acelera, acelera…!
Sergio hundió el pie y la camioneta salió disparada, Elena gritaba histérica, -¡Parece que no nos movemos!- En efecto, el aparato no hacia ningún esfuerzo aparente para alcanzarnos, mientras mas aceleraba Sergio, mas estáticos parecíamos. La distancia entre nosotros y el artefacto nunca cambió, ni a favor ni en contra. Simplemente se mantenía, era un juego del gato y el ratón. Del miedo pasamos al pánico, la persecución debe de haber durado unos minutos, que a nosotros se nos hicieron los mas largos de nuestras vidas. Finalmente, al avistar las luces de Santa Rosalía, el aparato se salió de la ruta y se desplazó hacia las estrellas a una velocidad inimaginable. Al llegar a la ciudad, casi no pudimos dormir del susto y no comentamos nada a nadie. El hecho se quedó entre los cuatro hermanos, hasta hoy que lo cuento.

Luis Enciso

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